domingo, 9 de septiembre de 2012

Sangre en Khartas

El Crucero de Batalla de los Ángeles Sangrientos Puño de Baal volvía de una campaña en el sector Wotan, cuando recibió una llamada de alerta. El planeta Khartas no era ni mucho menos la joya más resplandeciente de la corona del Imperio, (las Guerras de Perdición, ocurridas un siglo atrás, habían dejado buena parte de su hamisferio norte destruido y sin vida), pero sí que era un proveedor de material bélico demasiado importante como para dejarlo a merced de los piratas. Por tanto, el capitán Abel Zorael ordenó al Puño de Baal poner rumbo a Khartas y acudir en ayuda del planeta.


Ya sea por buena planificación estratégica o por pura suerte, el caso es que el puño de Baal emergió del espacio disforme prácticamente encima de la flota pirata, sus salvas de babor y estribor aniquilando a varias naves antes de enzarzarse en combate singular con la nave capitular enemiga, la Carcajada de Muerte. El crucero de batalla pirata no aguantó mucho más que sus camaradas: la primera andanada de los Ángeles Sangrientos inutilizó sus sistemas de armamento, mientras que la segunda destrozó sus motores. Desprovista de toda su capacidad para navegar, la Carcajada de Muerte quedó atrapada en la órbita gravitatoria de Khartas hasta que entró en fuga y se dirigió hacia la atmósfera del planeta en un estado semi-incandescente, paca acabar impactando con fuerza entre las ruinas de una de las cuidades de su hemisferio norte. El Capitán Zorael no quería que ningún pirata sobreviviese para volver a amenazar Khartas en el futuro, así que descendió a la superficie con tres escuadras de los Ángeles Sangrientos. Sin embargo, lo que prometía ser una sencilla misión de busqueda y destrucción se convirtió rápidamente en algo mucho más serio.

El motor de disformidad de la Carcajada de Muerte había quedado muy dañado, pero no estaba completamente destruído. Aunque sus colosales generadores nunca más volverían a mover la nave por el Espacio Disforme, el impacto contra la superficie del planeta los hizo entrar en funcionamiento de forma errática e inestable. Fuera de control, la torrencial energía de la Disformidad abrió una brecha en el mundo real, creando un portal hacia las terroríficas tierras demoníacas del Caos. Zoran había acertado plenamente al asumir que muchos tripulantes de la Carcajada de Muerte habrían sobrevivido al siniestro, pero ninguno d eellos pudo disfrutar de sus alvación mucho tiempo, pues la horda demoníaca que ya estaba cruzando el portal acabó con ellos en segundos.


En seguida, el Capitán Zorael recibió la primera indicación de que algo iba mal. Cuando sus cañoneras Stormraven iniciaban el acercamiento final a la zona de impacto, se desató una tormenta de aspecto completamente antinatural, que empezó a azotar a las naves con vientos huracanados y descargas de rayos rojizos. Una a una, sus motores aullando por el esfuerzo de luchar contra los elementos, las Stormraven cayeron a tierra. Los Ángeles Sangrientos supervivientes salieron de entre los dañados restos de los transportes, y se encontraron desperdigados y varados en medio de una ciudad rebosante de Desangradores. Gritando a pleno pulmón para ser oído por encima del tronar de la tormenta, Zorael ordenó a sus Hermanos de Batalla que se reagruparan en la relativa seguridad de unas cercanas ruinas. De pronto, los Desangradores repararon en la presencia de presas frescas entre ellos, y emitieron al unísono un ensordecedor aullido. En respuesta, los Ángeels Sangrientos empezaron a tocar la melodía mortal de sus bólteres, abriéndose camino a sangre y fuego hasta el punto elegido como refugio defensivo.
Pero por encima del tronar de los Bólteres se oyó un tercer ruido aún más potente y espantoso: el rugido de un monstruoso Devorador de Almas que descendía planeando sobre el campo de batalla.

Aquel no era un Devorador de Almas "cualquiera", sino el propio Ka'Bandha en toda su gloria, el primero de entre los súbditos de Khorne, y heredero de unos poderes y una estatura que triplicaban los de cualquier otro Gran Demonio del Dios de la Sangre. En tiempos pasados, había sido Ka'Bandha quién había dejado lisiado a Sanguinius en los campos de batalla de Signus Prime, quién había aniquilado por sí solo los nueve mundos de Koros. En los días finales de la Herejía de Horus, fue Ka'Bandha quién se enfrentó a Sanguinius ante el Palacio del Emperador. Aquel día fue el Primarca quién derrotó al Gran Demonio, rompiéndole la espalda y dejando caer al suelo su cuerpo inerte.
Pero Ka'Bandha era de estirpe demoníaca, y ni siquiera los golpes del gran Sanguinius podían acabar con él para siempre. En todas las eras de la galaxia, ninguna otra criatura había reclamado más cráneos para el Dios de la Sangre. Ka'Bandha era la muerte personificada. Aún así, Zorael ni siquiera parpadeó en su presencia: se limitó a lanzar su grito de batalla y cargar contra la gigantesca entidad del Caos.


Zorael descargó dos golpes seguidos sobre su demoníaco adversario. O quizás fueron tres, pero no más. En respuesta, le hacha del Devorador de Almas, con sus impías runas emitiendo un resplandor carmesí, descendió sobre Zorael con una única y masiva descarga.
Zorael alzó su espada para intentar parar el ataque, pero el hacha de Ka'Bandha se había forjado en la Disformidad misma y no podía ser frenada por ningún arma mortal, ni siquiera una reliquia de los Ángeles Sangrientos. El hachazo partió en dos la espada de Zorael y atravesó limpiamente su armadura para clavarse profundamente en sus carnes. El estupefacto y mortalmente herido Capitán cayó de rodillas, indefenso ante el Gran Demonio. Ka'Bandha se inclinó sobre su enemigo, extendió su mano y, con gran facilidad, lo decapitó. Con un rugido de victoria, Ka'Bandha alzó su trofeo su trofeo en alto durante un momento, antes de llevarlo hasta su ansiosa boca y convertirlo en pulpa entre sus monstruosos dientes.


Con la muerte de su Capitán, el desánimo amenazó con cundir entre los Ángeles Sangrientos supervivientes. Si ni el más poderoso entre ellos había sido capaz de frenar al salvaje Devorador de Almas, ¿qué esperanzas de victoria podían albergar los demás?
Quizás se hubiese podido lanzar más armamento pesado contra él, pero las posiciones de los Devastadores ya habían sido superadas, y a ésas alturas los integrantes de dichas escuadras estaban o muertos o luchando en brutal cuerpo a cuerpo, en lo alto de un terramplén formado por los cadáveres de sus Hermanos de Batalla. Rescatarlos era imposible, ya que la misma tormenta demoniaca que había derribado los Stormravens dejaría fuera de combate a cualquier otra nave que intentase alzar el vuelo. En aquellas desesperadas circunstancias, guerreros menos decididos seguramente habrían bajado los brazos, pero aquellos eran Marines Espaciales de los Ángeles Sangrientos, los hijos del honorable Sanguinius. Sus antepasados habían luchado junto al Emperador en el día más negro de la Humanidad, y la memoria de aquella jornada merecía ser honrada hasta la última gota de sangre. En un instante, la sombra del desánimo desapareció de sus corazones, viéndose reemplazada por una determinación absoluta.
Los bólteres rugieron una vez más triturando a oleada tras oleada de Desangradores, e incluso los Hermanos de Batalla que estaban atrapados en la lucha cuerpo a cuerpo dieron súbitamente muestras de una furia de batalla a la que ni siquiera los aberrantes Demonios surgidos de la Disformidad eran capaces de hacer frente.


Lamentablemente, toda ésta energía renovada no era suficiente para alterar el curso de la batalla, tan sólo podía prolongarlo. Los Ángeles Sangrientos eran pocos, mientras que los Demonios eran una horda incontable, que seguía sumando nuevos efectivos que se colaban por decenas por el portal de Disformidad generado por los motores de la Carcajada de Muerte. Ka'Bandha, aún ansioso de hacerse con más cráneos enemigos, se lanzó una vez más a la refriega. Tras alzar el vuelo, oteó el campo de batalla hasta fijar su atención en el punto de mayor resistencia de los Marines Espaciales: una posición defensiva entre las ruinas de un templo imperial, donde un puñado de Ángeles Sangrientos habían logrado hasta ése momento rechazar todos los ataques lanzados contra ellos.
Ka'Bandha batió sus poderosas alas aún más fuerte a través de la tormenta, buscando el mejor punto desde el que lanzarse en picado sobre sus presas. Pero de pronto, cuando el Devorador de Almas se encontraba en su punto más elevado de ascenso, todo cambió.
Una figura dorada cayó de los cielos como un meteorito, chocando contra la figura de Ka'Bandha con una fuerza demoledora. Sanguinor protector de los Ángeles Sangrientos, había llegado.
Tan devastador fue el impacto del Sanguinor que ni siquiera las robustas alas de Ka'Bandha fueron capaces de mantenerlo en el aire. El Ángel y el Demonio se enredaron y cayeron al suelo con una fuerza increíble, su impacto abriendo una nueva y amplia brecha que cruzaba las ruinas. En cuanto ambos adversarios recuperaron el resuello, empezaron su titánico combate. A primera vista parecía un duelo algo más justo que el que acababa de librar el Devorador de Almas. Ka'Bandha se había llevado la peor parte de la caída, sus alas habían quedado muy maltrechas por el impacto, a lo cual había que unir las heridas que le había infligido Zorael.
Pero aún así Ka'Bandha seguía siendo un oponente terrible, el más mortífero d euna salvaje estirpe. Al lado de su imponente aspecto muscular, el Sanguinor parecía una figura insignificante, una pequeña vela de luz y esperanza a punto de ser sofocada por una gran ola de sangre y oscuridad. Y aún así el alado guerrero de los Ángeles Sangrientos se mantenía firme y ergido en su brillante armadura dorada.


El Sanguinor contaba con la ventaja de ser mucho más ágil y rápido que su enemigo, y lograba grácilmente evadir cada golpe del hacha de Ka'Bandha, casi como si se supiera de memoria todas las maniobras de combate del Gran Demonio. Por cada ataque que esquivaba, el Sanguinor lanzaba un contraataque que penetraba profundamente la impía carne de Ka'Bandha. El oscuro icor que era la sangre del Devorador de Almas humeaba y burbujeaba al entrar en contacto con el aire. Gritando de rabia y dolor, Ka'Bandha decidió atacar con su látigo de púas. El arma impactó con escalofriante puntería, cerrándose en torno a la garganta del Sanguinor, lo cual permitió al Devorador de Almas mantener atrapado a su enemigo el tiempo suficiente para descargar sobre él un hachazo tan descomunal que el arma de Ka'Bandha se resquebrajó en una lluvia de fragmentos rojizos, mientras el Sanguinor salió despedido atravesando un muro de ferrocemento.
Sin embargo, en cuestión de segundos el dorado ángel volvía a estar en pie, su armadura deformada y medio fundida en el punto donde había sido impactada por el hacha, pero aparte de éso incólume. El látigo de Ka'Bandha golpeó de nuevo, pero ésta vez el Sanguinor fue capaz de agarrar la cola del arma al vuelo con su mano enguantada.
Aunque la fuerza del impacto lo derribó igualmente de rodillas, pudo golpear con su espada para cortar el látigo cerca del mango. Aprovechando la ventaja momentánea con la que contaba, el Sanguinor se lanzó hacia delante con todas sus fuerzas, clavando su espada en el pecho de Ka'Bandha. pero éso tampoco sirvió para matar al Demonio, que soltó un simple rugido y lanzó otra vez al Sanguinor por los aires mediante un despectivo golpe con el dorso de su mano.
Ahora, ambos contendientes estaban desarmados: el hacha y el látigo del Devorador de Almas habían quedado inservibles, mientras que la espada del Sanguinor permanecía firmemente clavada en el cuerpo del Demonio.
Los dos estaban malheridos y agotados, el Sanguinor emitiendo una luz más mortecina de lo normal, y el masivo Ka'Bandha supurando sangre demoníaca por sus muchas heridas. En un último y desesperado gambito, el Sanguinor encendió sus retrorreactores y se lanzó volando de cabeza contra el Devorador de Almas, cerrando una de sus manos alrededor del pomo de su encallada espada, y agarrándose con la otra a la rmadura de la criatura. Tras eso cambió de dirección y ascendió hacia el cielo llevandose con él a su oponente, forzando hasta el límite la potencia de sus retroreactores y soportando los golpes de Ka'Bandha lo mejor que podía.
Los dos guerreros siguieron subiendo y subiendo, hasta atravesar la furia de la tormenta demoníaca y llegar a ésa zona en la que el aire y la fuerza de la gravedad empiezan a escasear. Una vez allí, el Sanguinor se soltó de la armadura del Demonio, cerró ambas manos en torno al mango de su espada y plantó ambos pies sobre el pecho de Ka'Bandha, tirando hasta liberar el arma.
El Gran Demonio, al no estar ya sujeto por el Sanguinor y con las alas totalmente inservibles por las heridas sufridas, se desplomó desde los cielos, ganando velocidad a medida que la fuerza de la gravedad lo reclamaba cada vez con más ímpetu. Se dice que su impacto final contra la superficie pudo oírse en todos los rincones del planeta.
Con su cuerpo completamente destrozado, el alma de Ka'Bandha lo abandonó y se arrastró de nuevo al plano del Caos, para postrarse ante su terrible amo, que le esperaba sentado en el Trono de Cráneos.


La sangre de Ka'Bandha no fue la única que la espada del Sanguinor probó aquel día. Deslizándose a baja altura sobre el campo de batalla, consiguió que la horda de Desangradores se alejase momentáneamente de sus Hermanos de Batalla. Tras haberles conseguido este pequeño respiro, el Sanguinor los arengó rápidamente con su voz clara e imponente, para convencerles de que llevaran a cabo un último esfuerzo en pos de la victoria. Los Marines Espaciales, inspirados por la fuerza y la nobleza del Sanguinor, atacaron una vez más, abriéndose paso hasta los restos del accidentado Crucero de Batalla cuyo motor de Disformidad había literalmente desatado el infierno contra ellos. Gracias a unas cuantas Bombas de Fusión, tanto el motor de Disformidad como el portal al que alimentaba se silenciaron para siempre.


En cuanto a la tormenta demoníaca, desde la muerte de Ka'Bandha había ido amainando, y en poco tiempo las cañoneras imperiales pudieron empezar a descender al planeeta para rescatar a los supervivientes y recoger a los muertos. De los treinta Marines Espaciales que habían lanzado la invasión planetaria en Khartas, sólo seis vivirían para luchar otro día.
¿Y qué había sido del Sanguinor? En los momentos finales dela contienda desapareció sin dejar rastro, tan misteriosamente como había llegado. Nadie entre los supervivientes creía que hubiese muerto, si bien tampoco tenían ninguna prueba tangible de que estuviese vivo. En realidad, pasarían muchos años antes de que su imponente figura fuese vista de nuevo...


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