De todos los planetas del Sector Vidar que podrían haber caído en manos del ¡Waaagh! de Mekánikoz Pizatripaz, Antax era el peor. Como uno de los principales Mundos Forja del Sector, era un sueño hecho realidad para cualquier Zakeador Orko:
un lugar atiborrado desde sus catacumbas hasta su estación orbital con
todo tipo de tecnología arcana, por no mencionar los estantes llenos con
miles de enormes armas de disparo. Incluso teniendo en cuenta que una
buena proporción del armamento que los Orkos lograsen robar acabaría sin
duda destruido por los Mekánikoz (debido entre otras cosas a su método
de experimentar fusionando varias armas en una, para ver qué ocurre), la
caída de Antax fue una catástrofe para el Imperio.
Las líneas de suministro de centenares de Regimientos de la Guardia Imperial y de una docena de Capítulos de Marines Espaciales quedaron cortadas, y además el enemigo iba a poder usar esas mismas armas contra sus legítimos dueños. Así pues, el Capitán Aphael de los Ángeles Sangrientos
decidió responder, y pese a que sus Hermanos de Batalla estaban muy
desgastados tras haber tomado parte en la batalla contra el Mundo Artificial Necrón, abortó su viaje de vuelta a casa y puso rumbo hacia Antax.
Cuando la Barcaza de Batalla Filo de Venganza
y su Crucero de escolta llegaron a la órbita del Mundo Forja, en
seguida se hizo evidente a ojos de los Ángeles Sangrientos que la
batalla había alcanzado una escala cataclísmica. La atmósfera exterior
del planeta estaba anegada por los negruzcos restos de incontables naves
espaciales a la deriva, algunas pertenecientes a la flota de defensa de
Antax, otras claramente de manufactura Orka.
Las naves pielesverdes destruidas eran muchas más que las de la flota del Adeptus Mechanicus,
lo cual significaba que los defensores de Antax se habían batido bien
antes de ser masacrados. Al parecer, las únicas naves Orkas
supervivientes habían aterrizado en el planeta, o bien se habían
estrellado, a poca distancia de las enormes torres de la Forja Prime del
Adeptus Mechanicus (un objetivo demasiado goloso para dejarlo pasar).
En respuesta a las órdenes de Aphael, la Filo de Venganza varió
su órbita en torno al planeta y descargó un cegador bombardeo que hizo
trizas a las naves Orkas estacionadas en la superficie.
Los cielos eran ahora de los Ángeles Sangrientos
Apenas los cañones de la Barcaza de Batalla quedaron en silencio,
Aphael reunió a sus Sargentos de alto rango y preparó un plan de ataque.
No se había recibido ninguna comunicación que indicase la presencia de
supervivientes del Adeptus Mechanicus en Antax, pero aún así la orden de
Exterminatus
sólo podía ser considerada como un último recurso, ya que los tesoros
tecnológicos almacenados en las bóvedas del Mundo Forja eran demasiado
valiosos para ser destruídos a la ligera.
Por tanto, los Orkos deberían ser erradicados del planeta uno a
uno, aunque su número superaba las decenas de miles y los Ángeles
Sangrientos no eran más que unos pocos centenares. No obstante, por
suerte para el Imperio, el ¡Waaagh! se había separado. La única horda de
gran tamaño permanecía estacionada alrededor de la Forja Prime,
mientras que el resto de Orkos estaban diseminados en multitud de
partidas de guerra, que recorrían la superficie de Antax en busca de
tecnología que poder saquear.
Contra las partidas de guerra más pequeñas, Aphael envió a la
mitad de sus Hermanos de Batalla, organizados en destacamentos de diez
hombres y apoyados por las Cañoneras Stormraven.
Sin embargo, el combate real tendría lugar en las sobras de la Forja
Prime. La numerosa presencia de Orkos en esa zona parecía sugerir o que
algunos de los defensores de Antax seguían vivos en aquel lugar, o que
allí había algo especialmente valioso, y que por tanto merecía ser
preservado por el grueso d elas tropas Orkas. Fuera como fuese, los
Ángeles Sangrientos no podían arriesgarse a lanzar más bombardeos
orbitales.
La batalla por Antax tendría que dirimirse cuerpo a cuerpo.
Sin perder tiempo, Aphael y sus guerreros restantes empezaron su
asalto con Cápsulas de Desembarco, cayendo sobre las defensas de los
Orkos como rayos desde un cielo tormentoso. El bombardeo orbitala
seguraba que, si bien los pieles verdes no serían sorprendidos por el
ataque de los Ángeles Sangrientos, tampoco tendrían tiempo para
prepararse contra el asalto aéreo, ya que entre el último disparo desde
la órbita y el atearrizaje de la primera cápsula de Desembarco sólo
transcurrieron unos pocos minutos. Pizatripaz no había podido siquiera
llamar al órden a sus tropas, cuando las escotillas de las Cápsulas de
Desembarco se abrieron y una lluvia de de fuego de bolter empezó a
liquidar pielesverdes a buen ritmo.
Aprovechando la confusión, los Ángeles Sangrientos se lanzaron
hacia delante por entre las losas rotas y las estatuas derribadas que
rodeaban el complejo de Forja Prime, mientras machacaban a sus enemigos.
En aquellos primeros instantes de la batalla centenares de orkos
cayeron presa de la furia de los Ángeles Sangrientos, pero entonces
Pizatripaz lanzó su contraataque. Con un gutural estruendo que hizo
temblar todo el campo de batalla, las puertas de la Forja Prime se
abrieron de par en par para dejar salir una oleada de pielesverdes. El
propio Pizatripaz mandaba a ésta nueva horda desde el puente de mando de
su Karro de Guerra, y rodeado de su guardia personal de Noblez kon
MegaArmadura, que avanzaban impávidos hacia la tormenta de disparos de
bólter.
Fue entonces cuando el plan de Aphael estuvo a punto de irse al
traste. Al ver la horda que se les echaba encima, la Escuadra de
Devastadores Atreon sucumbió a la Sed de Sangre, dejando caer sus
Bólteres pesados y cargando de cabeza contra los orkos, sólo para ser
tragados por la marea verde. Aphael maldijo para sus adentros al ver
caer a sus Hermanos de Batalla, ya que la pérdida de la potencia de
fuego de la Escuadra Atreon podía ser el factor que decantase el curso
de la batalla. Aún peor, el propio Capitán podía sentir en su interior
la incipiente llamada de la Sed de Sangre, el amargo sabor en su
garganta, la incipiente furia de batalla poniendo a prueba su
autocontrol en cada acción que emprendía.
Dominando el demonio que bullía dentro de sí mediante la pura
fuerza de voluntad, Aphael reorganizó sus fuerzas para hacer frente a
esta nueva amenaza. A cada momento más y más hermanos de batalla caían
presas de la Sed de Sangre, y pese a que cada uno de ellos se llevaba
por delante a un buen número de Orkos antes de sucumbir a la muerte o a
las herdias, los pielesverdes eran muchísimos, y los Marines Espaciales
eran muy pocos.
Las pilas de muerrtos y heridos seguían aumentando en ambos
bandos, y Pizatripaz estaba llegando ya al combate acompañado por su
guardia personal, listos para aplastar al molesto Capitán de los Ángeles
Sangrientos que se interponía en su camino.
Pero entonces, Aphael echó mano de un último truco maestro.
En la vigilia del enfrentamiento contra el Motor del Mundo Necrón,
cerca de una docena de Hermanos de Batalla habían sucumbido a la Rabia
Negra, sus mentes racionales subsumidas por los horrores de la caída de
Sanguinius. En cualquier otro enfrentamiento, éstos Ángeles Sangrientos
perdidos habrían formado la Compañía de la Muerte de la fuerza de
combate, operando como punta de lanza de los asaltos de Aphael.
Pero el papel de los Ángekles Sangrientos en ésa batalla se había
circunscrito al combate entre naves espaciales, con lo cual no había
surgido oportunidad para que la Compañía de la muerte cumpliese con su
destino final en un estallido de gloria. Por lo tanto, Aphael había
ordenado que aquellos que estaban afligidos por éste mal fuesen puestos
en éxtasis, de modo que su sacrificio pudiese aprovecharse en una hora
de necesidad para el Capítulo; y ésa hora acababa de llegar.
Ya antes de que Aphael abandonase la Barcaza de batalla, los
Sacerdotes Sangrientos habían roto los sellos de las cámaras de éxtasis y
llevado a cabo los ritos de renovación para despertar a la Compañía de
la Muerte.
Ésta nueva tropa fue puesta bajo el mando de los Capellanes de la
Compañía de la fuerza de combate, y embarcada a bordo de la Stormraven
Gloria Roja. Además, la Compañía de la Muerte no lucharía sola: mientras
los Sacerdotes Sanginarios despertaban a éstos guerreros malditos, en
las entrañas de la nave Filo de Venganza los Tecnomarines sincronizaban
sus mentes para revivir a un personaje muerto hacía largo tiempo: El
mítico Dreadnought de la Compañía de la Muerte, Moriar el Elegido.
Susurrando una serie de himnos y salmos de despertar y revitalización,
los Tecnomarines disiparon la niebla que mantenía adormecida la
enloquecida mente de Moriar, mientras cargaban su estructura de
adamantio con todo tipo de armas de guerra, y oficiaban para él los
sacramentos de sacrificio. Por tanto, cuando el Stormraven Gloria Roja
despegó de los hangares de la Filo de Venganza, lo hizo llevando a bordo
a una Compañía de la Muerte completa, y al temible Morial colgando bajo
sus alas.
La Gloria Roja atacó sin previo aviso, cayendo desde las alturas
como un ángel vengador. En su primera pasada, disparó los misiles
acoplados bajo sus alas, que impactaron directamente al Karro de Guerra
de Pizatripaz, convirtiendolo en un montón de fragmentos de metal
incandescentes y mandando al furioso Kaudillo orko a volar una buena
distancia. En la segunda pasada, centró la furia de sus Bólteres Huracán
y sus Cañones de Asalto en la horda de pieles verdes, machacando orkos a
izquierda y derecha y alejándose luego hasta estar fuera del alcance
del fuego de respuesta enemigo. En su tercera pasada, las escotillas de
la Cañonera se abrieron a baja altura, los agarres que sujetaban a
Moriar se soltaron, y la Compañía de la Muerte se dejó caer hacia el
fragor de la batalla.
La Compañía de la Muerte estaba en desventaja numérica, rodeada
por el enemigo y sin esperanza de sobrevivir. Sin embargo, tanto la
esperanza como la supervivencia eran conceptos que a éstas alturas ya
estaban más allá de su entendimiento. Empezaron a rajar y a sajar Orkos
con sus espadas sierra y sus armas de energía, y cuando esas armas se
perdieron o quedaron inservibles, siguieron atacando a los pieles verdes
con sus propias manos, e incluso a dentelladas.
Heridas que serían mortales para cualquier otro marine espacial
sólo conseguían ralentizar momentaneamente a los integrantes de la
Compañía de la Muerte. Los Orkos de Pizatripaz, que nunca antes se
habían enfrentado a un enemigo tan temerario y encolerizado, entraron en
pánico y empezaron a arrollarse unos a otros en su intento de escapar
de la ira de aquellos salvajes guerreros cuya armadura estaba
completamente bañada por la verdosa sangre de los Chicoz. Durante un
instante, la escolta en MegaArmadura del Kaudillo Pizatripaz logró
frenar el avance de la Compañía de la Muerte (ni siquiera la fuerza
sobrehumana que les proporcionaba su furia asesina era capaz de penetrar
el blindaje de los noblez) pero entonces Moriar cargó hacia ellos con
su cuerpo forrado de Adamantio, haciéndolos picadillo con sus poderosos
golpes.
Al ver como la Compañía de la Muerte destrozaba el contraataque de
Pizatripaz, el resto de los Ángeles Sangrientos redoblaron sus
esfuerzos. Con un temible rugido de liberación, Aphael sucumbió
finalmente a la cólera de la batalla que le reconcomía el alma. Aquél ya
no era un momento para estrategias conservadoras y detallistas, sino
para la rabia liberada. El Capitán cargó contra el enemigo a través de
un suelo anegado de sangre, y los demás Hijos de Sanguinius respondieron
a su grito de guerra y le siguieron, surgiendo de sus posiciones
defensirvas para abalanzarse contra los estupefactos orkos, convirtiendo
la aparente debilidad de la Sed de Sangre en una ventaja de combate, en
una fuente de fuerza interior.
El Kaudillo Pizatripaz, viendo que sus sueños de saqueo y riqueza
se convertían súbitamente en una pesadilla de muerte y dolor, pidió más
refuerzos, pero el resto de destacamentos de Aphael había hecho a la
perfección su trabajo y todas las partidas de guerra Orkas habían sido
aniquiladas o estaban demasiado ocupadas luchando por su vida. Todas las
tropas de que disponía el Kaudillo estaban ya trabadas en combate,
luchando y muriendo en torno a él. Para cuando Pizatripaz fue finalmente
abatido, partido en dos por el propio Moriar, el ¡Waaagh! había perdido
ya toda su fuerza. Menos de una hora después, con la Sed de Sangre por
fin aplacada y todos los orkos muertos, se pudo iniciar la búsqueda de
supervivientes. Antax pertenecía de nuevo al Imperio
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