El Capellán Cassius entró silenciosamente en la Capilla de la
Santidad que estaba tan solo iluminada por la llama titubeante de varias
velas alineadas junto a la pared. La silueta del hombre arrodillado en
el centro del suelo empedrado de la capilla pareció no percatarse de su
llegada.
-Sargento Remas -dijo Cassius con voz firme aunque no carente de
simpatía. El sargento elevó la mirada hacia él y luego se puso en pie
lentamente. Era de menor estatura que el capellán, pero de constitución
más robusta. Portaba una túnica negra con los puños y el dobladillo
adornados con hilo dorado. Tenía una cuchilla dorada cosida en el brazo
izquierdo que era la insignia del capítulo de los Cuchillas del
Emperador. Cassius le indicó que tomara asiento en un rincón de la
capilla y vio que el sargento padecía una fuerte cojera.
-Cuénteme lo que ocurrió -le dijo Cassius.
Remas inclinó su cabeza durante un instante y, al volver a
levantarla, la luz se reflejó sobre los tres tachones de plata que
llevaba clavados en la frente, cada uno inscrito con la figura de un
jinete. La sombra de una profunda cicatriz le cruzaba la mejilla
izquierda. Los ojos de Remas transmitían tristeza, pero aun así
aguantaron la mirada fija del capellán.
El sargento empezó a hablar con voz monótona y casi carente de
toda emoción, aunque de vez en cuando agitaba el brazo derecho
compulsivamente y cerraba el puño con fuerza.
-La otra nave apareció sin previo aviso, nuestros detectores no
captaron nada hasta que estuvimos a alcance visual. Tenía una forma
extraña, parecida a un enorme ser de las profundidades con una
descomunal armadura espiral en el lomo. No respondió a nuestras señales y
siguió avanzando hacia los planetas del centro del sistema. Estábamos
teniendo problemas para comunicarnos con la fortaleza monasterio, así
que tomé la decisión de lanzarnos al abordaje.
Tan pronto como el torpedo de abordaje la golpeó, nos
dispersamos. El interior de la nave no se parecía a nada de lo que había
visto hasta el momento. Por los muros pasaban unos tubos cargados de
fluidos oscuros, unas criaturas parecidas a larvas colgaban del techo y
los túneles giraban y se retorcían como si fueran intestinos. Había un
leve pero constante sonido pulsante y un hedor a carne podrida.
Acabábamos de entrar en una sala más amplia cuando cayeron sobre
nosotros. Eran tres, cada uno el doble de alto que un hombre. Tenían
placas óseas en la espalda y a través de su caja torácica podían verse
unos repugnantes órganos palpitantes. Tenían cuatro brazos, dos
provistos de garras lo bastante grandes como para aplastar la cabeza de
un hombre y sus espinas terminaban en enormes aguijones de los que
goteaba un veneno negro.
Las garras de dos de ellos eran como espadas de más de un metro
de largo capaces de atravesar la servoarmadura sin problemas. Vi a uno
partir a Harvan por la mitad y atravesarle la armadura como si fuera
aire. El tercero tenía unos tubos largos y cartilaginosos que le salían
de los brazos y que gemían y emitían un ruido parecido al destripamiento
de carne cuando disparaban.
Remas se detuvo un momento y sus ojos se posaron brevemente en el
estandarte hecho jirones que había apoyado en un rincón de la capilla.
Estaba repleto de sellos y portaba la imagen de un jinete dorado.
Cassius sabía que, cuando la patrulla de los Ultramarines encontró la
nave a la deriva de Remas, se había encontrado al sargento inconsciente
pero agarrado tan firmemente al estandarte que no se lo habían podido
extraer hasta que volvió en sí.
-Espero no volver a tener que ver esa arma en funcionamiento
nunca jamás. Con uno de sus disparos eliminó a tres de mis hombres, a
los que deshizo la armadura y recubrió con unas mucosidades repugnantes.
Murieron presos de un dolor agónico. Fue como si una plaga les pudriera
la carne, pero acabó con ellos en cuestión de segundos y no en días.
-Su recuerdo permanecerá entre nosotros -le prometió Cassius. Y entonces hizo un gesto a Remas para que siguiera con su relato.
-Acabamos con unas doce de aquellas criaturas, tal vez más, y
dejamos su nave inoperativa. No pudimos encontrar cuadros de mando ni
indicadores de plasma, nada que demostrara cómo se controlaba, tan solo
glándulas hinchadas y órganos que parecían formar parte de la estructura
de la nave. Destruimos todo lo que pudimos y colocamos cargas de
demolición lo bastante potentes como para resquebrajarla de babor a
estribor. Cuando salimos de ahí, solo quedábamos el Hermano Tobías y yo.
Remas no dijo nada más, pero siguió mirando fijamente a los ojos
de Cassius como si buscara alguna cosa en ellos, tal vez compasión; o
tal vez esperaba que Cassius se negara a aceptar el horror de lo que
había sucedido.
Sin embargo, Cassius ya había repasado los informes de las
patrullas ultramarines y las transcripciones de los últimos comunicados
de la fortaleza de los Cuchillas. Había visto las llanuras ardiendo y la
larga cortina de llamas al aproximarse los alienígenas a las murallas
de la fortaleza con sus garras alzadas en señal de victoria. Había oído
el terror del último mensaje de los astrópatas de los Cuchillas: "¡los
Tiránidos se acercan!". Sabía que no podía hablarle a Remas de
esperanza, solo de la posibilidad de redención en las guerras que iban a
estallar inevitablemente.
Entonces Remas bajó la mirada, pero cuando volvió a hablar lo hizo con un tono de renovada firmeza.
-El capítulo no está perdido. Mientras todavía quede alguno de
nosotros, seguiremos luchando. Los Cuchillas del Emperador lucharemos
con honor hasta el final.
-No lo dudo -dijo Cassius asintiendo-. Pero primero necesito de vuestra ayuda.
-Por supuesto, capellán -dijo Remas-. Decidme lo que debo hacer.
-Quiero saberlo todo acerca de los Tiránidos. Cómo combaten, cómo
reaccionan ante los peligros y cómo podemos derrotarlos -dijo Cassius-.
Dímelo todo…
Gran relato!!
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ResponderEliminarechale un ojo a este rumor!!! por cierto soy reien el d san leor, pero por problemas tecnicos no tengo ahora mismo mi blog en funcionamiento
Si no te importa, te lo cojo para ponerlo en un post, vale?
EliminarAsí se puede enterar todo el que pase por aquí.